Recién había terminado la Segunda Guerra Mundial cuando la familia de Joke salió de Ámsterdam aprovechando que a su padre le ofrecieron un trabajo en Venezuela, país en el que permanecieron poco tiempo antes de que fuese trasladado a El Salvador. Desde su arribó en 1950 sus padres quedaron encantados con el clima. “El clima en Holanda es gris y aquí todo es color y luz”, añade. Llegó con apenas 10 años y no le costó adaptarse ni aprender el idioma.
Estudió Idiomas y Arte en los Estados Unidos y al regresar se enamoró de un salvadoreño con quien procreó seis hijos. A la muerte de su esposo tuvo que liderar la microempresa que fabricaba muñecas pero en los 90 tuvo que cerrar.
Regresó a la pintura tomando como fuente de inspiración la naturaleza y la religión. Y por iniciativa de su hija menor comenzó a producir muñecas típicas que venden en la tienda Nahanché. En su tiempo libre se dedica a enseñar a sus nietos holandés porque afirma que no quiere que el idioma, cultura y tradiciones de su país se pierdan. Algo vital que asegura le debe al país es haberse encontrado con Dios y convertirse al catolicismo.